El Akita americano es un perro fuera de lo común, con un carácter muy particular. Independiente, orgulloso, a veces terco y muchas otras insumiso, requiere de una educación firme y asidua. Muchas veces se le confunde con el Husky, aunque el Akita no destaca precisamente por ser muy deportista. Él prefiere pasar el tiempo en casa en compañía de su familia, con quien tiene una relación cercana, aunque en apariencia distante. Ya que su carácter puede resultar paradójico, se recomienda su adopción a personas dispuestas a aceptarlo tal y como es.
El Akita americano es un perro grande, de complexión fuerte y bien equilibrada. Sus ojos son pequeños, en forma casi triangular, al igual que sus orejas, que están erectas y son pequeñas con respecto a la cabeza. La cola es grande y con pelo abundante, y la lleva enroscada sobre el lomo.
Su origen es el mismo que el del Akita japonés. A partir del siglo XVII, en la región de Akita, estos perros eran utilizados para cazar osos o en peleas. A partir de 1868 fueron cruzados con perros Tosa y Mastines, lo cual aumentó su tamaño en detrimento de otras características de Spitz. Durante la Segunda Guerra Mundial, la policía tenía la orden de capturar a todos los perros (excepto a los Pastores alemanes) para confeccionar uniformes militares. Por este motivo, los amantes de esta raza intentaron salvarlos, cruzándolos con Pastores alemanes. Al final de la guerra podían distinguirse tres variedades: los Akita matagi, los Akitas de pelea y los Akitas cruzados. Después de esto muchos ejemplares llegaron a Estados Unidos, donde la raza se siguió desarrollando. El primer club americano de Akitas fue fundado en 1956; la raza fue reconocida oficialmente en 1972, fecha desde la que Japón y Estados Unidos han peleado por su paternidad. A partir de ese momento, se comienza a distinguir entre dos razas, debido a que la variedad americana no se cruzó más con la japonesa.
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